Star Trek: Into Darkness
Anoche ví Star Trek: Into Darkness y me da miedo que J.J. Abrams haga lo mismo con Star Wars. Toda la peli se basa en puro fanservice.
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Batman by Danny Elfman
-¿Podría hacerle una pregunta más, por favor?. Cuando infle el globo, ¿podría hacerlo con forma de gatito?
-Claro que puedo, puedo hacer cualquier cosa, puedo hacer absolutamente cualquier cosa. Soy un experto.
La mejor música
39 niveles
No aflojes la mano derecha (Corregido)
No aflojes la mano derecha
Alejandro Diep Montiel
A los 15 años de edad tomé un curso de rescate que incluía prácticas de rapel. Toda mi vida he sido temeroso de las alturas y, cuando vi ese barranco de 45 metros de profundidad, no creí que me aventaría.
A cada momento el instructor nos advertía: “Jamás suelten la cuerda de su mano derecha. Si la aflojan, se caen al vacío porque es la que sirve de freno”. Con esas palabras en la mente, uno se paraba en la orilla, daba el primer paso hacia atrás y se dejaba ir de espaldas. Los nervios aumentaban porque se tenía que dar un pequeño salto para sortear la curva al inicio de la pared.
La primera vez que descendí, tomé muchas precauciones y logré bajar bien. La segunda vez no resultó igual. Tenía más confianza y no me fijé en que mi playera estaba atorándose entre los nudos y los mosquetones. Por suerte, me di cuenta a tiempo y me detuve en seco. No sabía qué hacer estando suspendido a la mitad del trayecto. Mi compañero estaba más abajo, en la otra línea y no podía regresar para ayudarme.
Tuve que armarme de valor y, sin soltar la cuerda de la mano derecha, levantar mi propio peso con la izquierda, ascender un poco y permitir que la tela se zafara. Me costó trabajo, pero al final lo hice. Continué mi descenso sin problemas. Después vinieron otras prácticas desde mayor altura. Por supuesto que en estas tuve más cuidado.
No aflojes la mano derecha
No aflojes la mano derecha
Alejandro Diep Montiel
A los 15 años de edad tomé un curso de rescate que incluía prácticas de rappel. Toda mi vida he sido temeroso de las alturas y, no creí aventarme cuando vi ese barranco de 45 metros de profundidad.
En cada momento el instructor nos advertía “Jamás suelten la cuerda en su mano derecha. Si la aflojan se caen al vacío porque es la que sirve de freno”. Con esas palabras en la mente, te parabas en la orilla, dabas el primer paso hacia atrás y te dejabas ir de espaldas. Los nervios aumentaban porque tenías que dar un pequeño salto para sortear la curva al inicio de la pared.
La primera vez que descendí tomé muchas precauciones y logré bajar bien. La segunda vez no resultó igual. Tenía más confianza y no me fijé que mi playera se estaba atorando entre los nudos y los mosquetones. Por suerte, me di cuenta a tiempo y me detuve en seco. No sabía qué hacer estando suspendido a mitad del trayecto. Mi compañero en la otra línea estaba más abajo y no podía regresar para ayudarme.
Tuve que armarme de valor y, sin soltar la cuerda en la mano derecha, levantar mi propio peso con la izquierda, ascender un poco y permitir que la tela se zafara. Me costó trabajo pero al final lo hice. Continué mi descenso sin problemas. Después vinieron otras prácticas desde mayor altura, por supuesto que en éstas tenía más cuidado.
Sin palabras (Corregido)
Sin palabras
Alejandro Diep Montiel
Acostumbro planear las cosas y me gusta la puntualidad. Mi boda, sin embargo, empezó tarde, lo que ocasionó que me estresara. Los minutos que teníamos para llegar al casamiento por lo civil se consumían con cada foto que nos tomábamos fuera de la iglesia.
Ella se veía hermosa con su vestido blanco, y darme cuenta de que viviríamos juntos me emocionaba, pero también aumentaba mis nervios. Quería que todo marchara sin contratiempos. Tuvimos que salir apresurados al salón de fiestas, pues los invitados ya estaban esperándonos para que se iniciara la ceremonia.
Siempre he sido tímido y de poco diálogo, por lo que me sorprendí cuando, después de firmar el acta, el juez me pidió que le dedicara algunas palabras a mi esposa. Jamás había visto esto en las bodas. El abogado solo se ocupaba de sus asuntos, pronunciaba algún discurso y terminaba el acto.
Simplemente, me tomó desprevenido. Mis ideas se esfumaron y lo único que atiné a decir fue “¡Felicidades!”. Los asistentes soltaron la carcajada y yo seguía sin que se me ocurriera algo adecuado para la ocasión. Mi madre, quien tiene un vocabulario más extenso, me susurró algunas frases que yo repetí al micrófono.
Me habría gustado decirle algo mejor, expresarle cuánto la amaba y que anhelaba vivir con ella. Incluso, recitar alguna canción de esas que salen del alma. No pude hacerlo en ese momento, y por eso me encargo de demostrárselo, cada día, sin palabras.