Y aquí estoy yo, voy al bancomer de mi casa, metros antes de las escaleras, alguien se me adelanta y ocupa el único cajero vacío, en el otro un cuate poco más alto que yo de tipo
johnny bravo, sacando dinero. Al ver los dos cajeros ocupados, espero en la puerta, pajareando un rato y mirando al cielo con paciencia.
Johnny bravo toma su recibo, lo rompe, lo arroja al bote de basura y sale pasando a mi lado. Me paro frente al cajero y en vez de la típica pantalla de bienvenida, el cajero pregunta «¿Desea realizar otra transacción?, Si, No». Sentimientos de duda embargaron mi ser. Sólo por curiosidad le dí en «SI», efectivamente, la tarjeta aún seguía dentro del cajero y la sesión estaba abierta, podía sacarle dinero si es que tenía algo.
Todo un mundo de posibilidades vinieron a mi mente, «¿reviso su saldo?», «¿podré sacar dinero?», «¿y si regresa johnny?», «¿y si no?», «¿Azúcar normal o canderel?».
Al final, la moral y las buenas costumbres vencieron en esta batalla y lo único que mi tembloroso cuerpo pudo realizar fue presionar el botón de cancelar y tomar la tarjeta, dar unos pasos a la puerta por si es que aún se encontraba por ahí el tipo que la dejó olvidada, sin embargo ya se había esfumado, al igual que las posibilidades de obtener un dinero extra libre de impuestos.
Con la adrenalina aún en mi cuerpo, saqué el dinero que necesitaba (porsupuesto que de mi tarjeta) y regresé a casa.
Todavía despierto en las noches con el cuerpo sudoroso y con la duda carcomiéndome las entrañas, ¿podría haberle sacado dinero?, ¿debía haberle sacado dinero?, Johnny podría haber sido un narcotraficante que no se hubiera dado cuenta que le faltaban algunos pesos en su cuenta, y como dicen «ladrón que roba a ladrón», auqnue eso sigue siendo robar. Tal vez nunca sabré responder a esa pregunta.
Murphy dice: No hay nada mas duro que la suavidad de la indiferencia.